Claudio Tachino |
Ya va cayendo la tarde
Suspira el sol y se esconde,
Los pájaros buscan nido
Se oscurece el horizonte,
Y una suave melodía
Presagia el sueño del hombre.
Estira el canto un sabiá
Desde lo espeso del monte,
Una calandria gorjea
Desde un coronilla enorme,
Y el hombre espera callado
A que la noche se forme.
Con corolario de estrellas
Salidas de no sé donde
Se alinea la Cruz del Sur
Para que el campo se asombre
Y así el hombre a su nostalgia
Orejana, ponga nombre.
Toda la naturaleza
Vibra en un canto salobre,
Y la magia del lucero
Alumbrará un rancho pobre,
Ahuyentará las tristezas
Y hará que un llanto se borre.
El elemental concierto
De la tierra y sus pasiones,
Cada cosa en su lugar
Y el alma en sencillo acorde,
Será la canción de paz
Que acune el sueño del hombre.
Claudio Tachino
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Estanislao Riera |
Cuando lo estaban haciendo
de quincha brava y adobe,
quién iba a pensar que’l rancho
iba a durar más quel’ombre.
Nací, crecí…y quedé solo;
me vino el costumbre entonces
que cuando quise marcharme
siempre se m’izo la noche.
Total, nu’ay mundo más mundo
que’l pago qui’uno conoce…
¡Los aguarases me miran
como a otro bicho del monte!
Hornero que deja el nido
ha de tener sus razones…
Yo sé que’s el nido solo
el que más pronto se rompe.
Ya supe di’una morena
oscura como la noche,
que me va a cáir este invierno
pa enllenármelo de soles.
Y pa qué se quiere un nido
si nu’es pa sacar pichones…
Si salen de güena cría
¡qué más bendición pa un pobre!
Estanislao Riera,
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María Ofelia Arreaga |
PÁJAROS DE ILUSIÓN
Pájaros revolotean sobre mi cabeza
sigo su vuelo con emoción contenida,
palomas que baten sus alas
y se aferran a las ramas que las esperan.
Circo y trapecio,
águilas que se elevan
como estrellas surcando el cielo,
el corazón de prisa palpita en el pecho.
Circo que esperaba con ilusión, día a día…
Los años han pasando,
pero los recuerdos quedaron.
Payasos que me hacían reír,
y gorditos enanos de ojos saltones
que me miraban inquisidores.
Debajo de aquella gran carpa se cobijaban:
lágrimas, risas y penas de amores.
José María del Rey Morató |
Querías trabajar en esto, pediste a Carlos y Raúl que te contrataran; lo recuerdas bien. Ahora estás observando todo, cada detalle.
Ves la calle Central, frente al hotel Sol; calle ancha, con tránsito en los dos sentidos. Enfrente del hotel observas el local de pagos y cobranzas: allí, adentro, el dinero espera. Observas la puerta del local: ¿es de una sola hoja o de dos? ¿Abren las dos o una queda fija y solo abren la otra? Si abren una sola hoja, cuando miras desde la calle, ¿es la de tu derecha o la de tu izquierda? ¿Ves algún policía o un guardia de seguridad?
Esta tarde, a la hora convenida, llegas. Aparcas el automóvil en la esquina, al costado del local, acera izquierda de la calle Hortensias; la calle es de una sola vía, corre hacia el hotel Sol. Te quedas en el auto, miras tus manos en el volante, miras todo, la gente, la acera de enfrente, el hotel.
Bajas el cristal de tu puerta, vuelves la mirada hacia la entrada del local. Solo miras, estás con el motor en marcha esperando que salgan tus compañeros. Si escuchas disparos, mueves el auto.
En eso, dos estampidos. De repente, Carlos y Raúl se zambullen dentro del coche. Solo manejas, te olvidas de las balas.
Doblabas hacia tu izquierda, para entrar en la Calle Central y comenzar la huida, cuando un Guardia de Seguridad corre hacia el auto, se acerca a tu puerta.
No lo habías visto; estás –justo– en su ángulo de tiro.